lunes, 24 de febrero de 2014

                               Palabra (1)




En la ceremonia del barro
nos hicimos vasija
contuvimos el vino rojo
que desde entonces nos navega.

Desnudos e impares
el miedo inauguró su tiranía
la sed se nos hizo boca
                                                        mordimos la arena
                                                        el hambre impuso su mandato
y nos regocijamos en la carne.

Asidos al fuego
repetidos en los otros
olimos la presa
sentimos el frío y la fiebre
y una noche
(seguramente de noche)
pronunciamos la primera palabra.

Sin ceremonias
fuimos expulsados al primer destierro.
                                    


lunes, 7 de octubre de 2013

Tormenta


Cautiva mi asombro
ese dios que vocifera en la tormenta
su aliento de resaca
el borbotón enfurecido
de su entraña.

Destellando serpientes de hielo
se avecina,
el trueno brama su calentura
de toro en celo.

La tierra se sacude
desbordan los cauces
que humedecen la ribera de su espalda                    
un tiritón de hembra agita la melena crespa
la hojarasca en la curva de su vientre.

Oscuro animal astado
el viento empuja
                  resopla
                       lame.
                                                                  
Se oye un ronquido de presa
y el temporal se derrama

Llueve.
                            

                              

martes, 23 de julio de 2013

Todo lo Romántico (cuento)


                                            Todo lo romántico


Yo la vi clarito a la Nancy, la vecina de atrás, cuando lo agarró al Fede  en el pasillo antes de salir. Ella lo manoseó y lo apretujó contra la pared. ¿Qué iba’ hacer el pobre? Un hombre es un hombre, dice siempre la abuela. Yo sé que lo que pasa ahora tiene que ver con eso que el Fede le hizo a la Nancy y que ella se buscó porque para qué lo anduvo provocando, que se aguante ahora. Igual me da pena cuando la veo pasar con la panza a punto de reventar y los ojos siempre hinchados de llorar. Y el Fede no le da bola y  qué se le va’ hacer ,  el pobre no está obligado a quererla. En  las cosas del corazón no se puede mandar, dice la abuela, que es un libro abierto porque se leyó todo lo romántico en su juventud. Los Corín Tellado son su mayor tesoro, dice. Y dice también que cuando yo sea un poco más grande me los va’  prestar pero todavía no, porque soy muy chica y no puedo entender algunas cosas. Pero yo sonsa no soy y me doy cuenta igual. De cómo se hacen los hijos lo sé desde el verano pasado porque mi mami se ponía nerviosa cuando los jueves llegaban los pensionistas de la abuela. Beto, el morocho, venía siempre a la pieza de nosotros apenas estacionaba el camión con los cajones. Los otros se iban enseguida a dormir a la piecita de atrás porque al otro día temprano tenían que volver a cargar y salir de nuevo. Pero aunque estuviera reventado, como él decía, el Beto se hacía un ratito para venir a la pieza con nosotros. El Jorgito ni se daba cuenta cuando mi mamá lo sacaba de su cama y  lo pasaba a la mía y si yo protestaba ella me blanqueaba los ojos y levantaba la mano cerrada justo encima de mi cara y yo me lo tenía que aguantar nomás al mocoso que seguro se meaba como siempre. Después mi mami ponía la radio para que no se escuchara cuando el Beto, que estaba gordo y pesado, se ponía arriba de ella hasta que le salía un resoplido como de ahogado y ya está, así se hacen los hijos.  Cuando la panza de mi  mami  empezó a crecer porque adentro estaba la Juliana, el Beto tuvo que cambiar el recorrido y no vino más. Mi abuela decía que él era un grandísimo puerco y mi mami una estúpida. Algo que también aprendí es que  los hijos  también se puedan hacer de parados, como lo hicieron el Fede con la Nancy.  Parece que es más cansador nomás. No sé que hijo tiene la Nancy adentro, si nena o varón pero me gustaría que se parezca al Fede que es tan lindo aunque mi mamá le diga vago de mierda. Yo creo que mi mamá está celosa del Fede, porque él es el más chico y siempre fue la chochera de la abuela. El Fede me cuidaba cuando yo nací y jugaba conmigo y  me acuerdo que me decía ¡ hola mi novia! A mí me encantaba que me dijera mi novia  porque tenía esos ojos re dulces y el pelo largo y un cuerpo flaco y alto. Por eso no me gustó nada que la Nancy se apareciera por el barrio con sus tetas duras bien apretadas y que lo manoseara al Fede en lo oscuro del pasillo. No me gustó porque a mí ni me asoman todavía las tetas y el Fede ya no me dice más mi novia, ni me mira, ni quiere jugar conmigo. Para colmo, tampoco puedo entrar a la pieza de la abuela que se enojó  conmigo porque una siesta le dije a la vecina de adelante que su marido estaba con ella, pero que tenía que esperar porque yo vi que le estaba haciendo un hijo y eso demora un poco, y que yo no sabía bien si iba a ser mi tío o qué.


martes, 16 de julio de 2013


La abuela nos ve,
a la sombra del paraíso
teje y canturrea.

Robar duraznos de las paseras
está prohibido.

La felicidad se ha parecido siempre
al dulce pecado
morder duraznos al sol
la indulgencia de la abuela
su mirada.



domingo, 14 de julio de 2013

Escorpiones (poema)

                      Escorpiones de humo

suben por mi piel
cuando me miras.

No me mires
me andan escorpiones
que vienen de tus ojos

¿Saben tus ojos de los escorpiones
con que miran?

¿Sabrán los escorpiones
que me estás mirando?

Yo sólo los siento andar por mí.
                                      
                                  

viernes, 12 de julio de 2013

A Salvo (poema)

A Salvo


Usted pasa a mi lado
muchas veces
sin mirarme, claro.

Yo lo veo venir
y su sombra,
su perfecta sombra,  que se le adelanta,
acaricia mi cuerpo
despacio.

Nunca llegué a tocarlo
pero ¡cuánto daría!
no con lujuria tocarlo,
sino tocarlo apenas,
con la punta de los dedos,
en la frente
o en la piel de los párpados.

Pero usted y yo sabemos
que el tiempo ha pasado
por temor a arriesgarnos.

Entonces, no me mira,
aunque pasa a mi lado,
ni yo lo he tocado
aunque ¡cuánto daría!

Usted, por distraído
y yo, por compostura.

Estamos a salvo.

miércoles, 10 de julio de 2013

                                        Estrellas      
         El espejo ovalado de la sala le devolvió la imagen de su cuerpo enjuto y grave enfundado en el traje oscuro.
Se acercó para mirarse mejor la cara. La palidez parecía mayor bajo la negrura del bigote que desafiaba la gravedad con sendos rulos aparatosamente enhiestos por delante de las mejillas huesudas. Se mojó la yema de los dedos con un movimiento rápido sobre la lengua y repasó con ambas manos simultáneamente las cejas de pelos enérgicos. Un mohín ridículo con la nariz y ya estuvo: cumplida la inspección.
Salió sin hacer ruido y se dirigió hacia el comedor. El arbolito titilaba los colores correspondientes y la mesa, ornamentada para la ocasión, permanecía en una semipenumbra.  No había nadie, pero no tardarían en llegar.
El tío Adolfo continuó despacito hasta llegar al bargueño.  Miró hacia atrás, vigilante, y sin encender la luz, se sirvió de una botella en un vaso pequeño. Lo tomó de un solo trago y siguió su camino. Al pasar junto al pesebre le propinó una patadita insegura a la vaca que fue a parar junto al niño luego de arrastrar bajo su peso a san José y a un rey mago. Ya en la galería, se apoyó un buen rato sobre la baranda de madera y respiró varias veces como recuperando algo perdido.
Lo vi desde la hamaca, en el jardín. Yo estaba como él: aburrida y limpia, lista para la fiesta.
Le grité, llamándolo, y él se vino conmigo demorando mucho para llegar a causa de sus pasitos cortos de viejo. Lo miré venir hamacándome unas cuántas veces  todavía. Después nos fuimos de la mano hacia atrás de la casa para ver desde el patio a oscuras cómo salían las primeras estrellas.
El tío Adolfo era hermano de mi abuela Ana. Le decían solterón, aunque yo había escuchado en la cocina que en realidad era viudo y que su esposa había muerto muy joven, al poco tiempo de casarse. No tenía hijos y nunca volvió a formar pareja.  Siempre había vivido en esa casa. Antes, con mis abuelos  y desde que la abuela enviudó, hacía también muchos años, los dos hermanos se hicieron compañía envejeciendo con la misma mansedumbre.
- Aquella estrellita de allá, está recién nacida- me dijo al oído, señalando un punto en el cielo.
- ¿Por qué hablás bajito?- pregunté.
- Para no molestar- contestó siempre bajito.
- ¿Molestar a quién?- insistí.
- ¿No sabés que ésta es la hora en la que las estrellas nacen y mueren? Hay que hacer silencio. Por respeto- agregó.
Yo lo miré con desconfianza. Los adultos de la familia no tomaban muy en serio al tío Adolfo.
- Es como un adolescente envejecido- solía decir mamá- : Rebelde, indisciplinado, bromista y burlón.
- ¿En serio me decís?- me estiré todo lo que pude para llegar hasta su oreja.
- Claro. Con algunas cosas no se hacen bromas- contestó sin mirarme.
- Mostrame- pedí.
El tío Adolfo me llevó hasta el rincón en  el que la abuela y él solían sentarse a leer en las siestas de invierno.  Reacomodó las reposeras y nos sentamos.
- Hay que esperar- murmuró haciéndome un gesto de complicidad.
- Allá, allá ¿la viste? Acaba de nacer. Es muy pequeña ¿la viste?- señalaba un lugar que yo no estaba mirando.
- ¿Adónde? ¡No veo nada! – protesté.
- Allá, esa estrella chiquitita de color azulado. Apareció hace un segundo. Tenés que estar muy atenta para sorprenderlas. Son muy rápidas para nacer.
Me quedé mirando una estrellita diminuta que parecía desvanecerse y luego recuperar fuerzas. Era ciertamente muy pequeña y estaba segura de no haberla visto antes.
Pasaron algunos minutos de completo silencio.
- Bienvenido quienquiera que seas- murmuró el tío Adolfo.
- ¿Qué pasó ahora? ¿Qué viste?- me puse de pie y fui hasta su asiento.
- Desapareció una rojiza que estaba aquí arriba ¿te acordás?
Me pareció recordar que en ese lugar hacia donde señalaba el tío, había visto antes una estrella rojiza bastante grande.
-Quiere decir que alguien nació en la tierra. Cuando nace una estrella es porque alguien murió aquí- me explicó en voz baja, sentándome en sus rodillas.
Tenía lógica. ¿Cómo no lo había pensado antes? Entendí aquello de que las personas cuando mueren se van al cielo y se transforman en estrellas. Pero nunca se me había ocurrido que cuando se mueren las estrellas nacen las personas.
Estuvimos un largo rato mirando el cielo. Con respeto por los muertos de arriba y los de abajo. No recuerdo si esa noche pude ver con mis propios ojos cómo aparecía o desaparecía alguna estrella. El tío Adolfo, más acostumbrado, las descubría y me mostraba luego el vacío oscuro o la nueva lucecita palpitante.

Escuché a mamá llamándome desde la casa y le grité que ya íbamos pero me demoré un poco porque tuve que despertar al tío que se quedó dormido y después llevarlo despacito con sus pasos cortos de viejo, tan parecidos a los destellos debiluchos de las estrellas recién nacidas.