Domingo
Su cuerpo sabe, percibe el domingo.
Ha aprendido a presentirlo sin contar con el almanaque ni con la radio
bochincheando bajito, arriba de la heladera, esa audición que antes, cuando todavía estaban todos los que se fueron
yendo de modos diferentes, se escuchaba en la casa. No tiene que ver con el olor a asado llegando
desde los patios del barrio, ni
siquiera con saber que es domingo cuando es domingo, porque ayer
fue sábado y mañana lunes tiene clase de
yoga en el centro de jubilados del barrio.
Es algo diferente. Como una
transición paulatina hacia adentro, hacia el fondo de ella misma: un ligero cansancio en las
piernas, el pecho apretando el aire y esa melancolía errática en los ojos. Sabe
que viene el domingo desde los huesos
blandengues e inaccesibles doliendo a oscuras, emancipados del contacto que los
escarba para sosegarles el desconsuelo. Por el desamparo de la calle a esa
hora, pero más por su propio destemplado
encono, sabe que es domingo otra vez. A pesar de su pesar.
Por eso y porque ya está vieja para
sustentar los desalientos se acomoda el ánimo y participa de la distribución de
las horas con rítmica mansedumbre.
La siesta va alargando la luz desde
el borde de la ventana hasta desplegarla completamente sobre las macetas de la
galería. Ocupada en trajines adentro de la casa, vigila el avance de la claridad y por el color, a
través de la mampara vidriada, adivina
su linaje: de sol, de lluvia, de frío, de viento.
Cuando la luminosidad adquiere una
tonalidad que sólo ella reconoce, abre la puerta que comunica la sala con el
corredor alumbrado y pone el primer
disco en el combinado de madera oscura.
Hasta que la noche ha avanzado tanto
que le cuesta distinguir los baldosones negros y blancos sobre los que desplaza
su cuerpo, baila.
A pasitos, a aletazos, a gatas,
baila. Empecinadamente, baila. Para no morirse, para festejar la luz, para
aturdir el dolor y celebrar la vida. Sola en el centro del mundo, con el cuerpo
desovillando el tiempo en cada giro, baila.
El ritual, repetido con porfía,
conjura el día y el domingo, exangüe, se doblega.